Inspirar con acciones, sin decir palabra

Los humanos somos seres individuales.

Cada uno de nosotros tenemos gustos particulares, experiencias únicas, aprendizajes diferentes, opiniones personales. Todo lo que vivimos desde que nacemos, combinado a nuestra personalidad propia, capacidades y discapacidades, influye en las decisiones que tomamos, en nuestros deseos, aspiraciones y posibilidades.

Los humanos somos seres pasionales.

Cuando nuestros deseos y aspiraciones son tan importantes que los volvemos una meta, realmente nos esforzamos por lograrla, hasta conseguirlo.

Pero, ¿qué sucede cuando nuestro mayor deseo es salvar al mundo, y convertimos ese proyecto en nuestra pasión?

Es una meta tan inmensa, que no la puede lograr una sola persona, ni siquiera un grupo grande de personas. Se necesitan más, se necesita a la mayoría, se necesitan a todos para conseguirlo. Y es entonces cuando los protectores del medio ambiente* cometemos el error de querer imponer nuestros ideales a todo aquel que se cruce en nuestro camino.

Es gracioso. Cuando llegué a esa parte de "protectores del medio ambiente", me detuve varios minutos pensando en cómo nombrarnos. Es que incluso dentro de la comunidad de personas que deseamos un mundo mejor, existen tantas ramificaciones, precisamente porque cada ser humano es individual, con formas de pensar únicas. Y cada uno de nosotros pensamos que estamos en lo correcto.

Pero no podemos, por el hecho de pensar que estamos en lo correcto, en automático asumir que el resto está equivocado.

Porque si lo asumimos, adoptaremos un estilo de vida que creemos es el acertado, y que además nos hace tan felices, y querremos que todos los demás, equivocados, se conviertan en lo que somos, piensen y actúen como nosotros, sean igual de felices y conozcan la única verdadera forma de vivir respetuosa con el medio ambiente.

Eso es pretender que no exista la individualidad, y no sólo es irrespetuoso de la naturaleza, sino además es imposible.

Desde que inicié este estilo de vida, respetuoso del medio ambiente, he conocido a mucha gente que desea lo mismo. Y en pláticas a veces surgen algunas preguntas y comentarios: ¿cómo le haces para combatir con todos aquellos que no piensan igual? ¿tienes algún consejo para lograr que mi amiga deje de comprar botellas de plástico? ¡No soporto que mi suegra cuando me invita a cenar, sirva la comida en platos desechables. Y se lo dije pero continúa haciéndolo! ¡Le platiqué a mi cuñada sobre la copa menstrual pero me dijo que no le interesa!

Bueno, para empezar yo no "combato" con nadie. Ni intento convencer a nadie de nada. Hago lo mío, lo que me parece correcto a mí, lo que me hace sentir magnífica. Si alguien se muestra interesado, le explico por qué lo hago, si con eso muestra aún más interés y pide un consejo, lo doy.

Hago lo mío aún cuando nadie me está viendo, y si existe la posibilidad de que alguien me mira, no hago escándalo. Simplemente le pido al mesero que no me deje popote, pero no lo grito para que me escuchen todos. Y si el de la mesa de al lado acepta el popote, no me volteo y le digo "hey, tú! ¿qué acaso no has visto las imágenes de las tortugas?"

Creo que ese tipo de actitud provoca completamente el efecto contrario de lo que buscamos. Porque los seres humanos somos, además, rebeldes. No nos gusta que nos digan lo que tenemos que hacer.

No podemos forzar a nadie para que sea algo que no quiere ser, y una actitud de presión lo único que provoca es una brecha aún más grande, una brecha entre el interés de una persona hacia el cuidado del medio ambiente, y su posición actual.

Hacer lo nuestro, elegantemente, sin molestar a los demás, provoca más reacciones positivas que si lo hacemos de forma molesta o fastidiosa.

Pienso que existen mejores maneras de convencer, que siendo un incómodo evangelista.

Ver a alguien haciendo algo poco común, por ejemplo, recoger un aro de six-pack de la calle y llevarlo consigo, normalmente genera curiosidad. En mi experiencia, por lo menos 1 de cada 5 preguntará –¿qué haces?– Y entonces es el momento de explicar, así muy casualmente: –Ah, ¿yo? Pues nada, sólo recojo este aro de six-pack para enjuagarlo en mi casa, recortarlo y llevarlo a reciclar–, –¡oh vaya! eso es una buena acción de tu parte–, –¿esto? simplemente hago lo que todo mundo haría, no puedo dejarlo ahí–. Ja. Score.

Y de esas 5 personas, las 4 que no preguntaron, sí vieron. Y saben perfectamente lo que hiciste. Y saben que ellos pasaron por ahí mismo, vieron el aro de six-pack tirado y no lo recogieron, pero también vieron a una persona que sí lo hizo. Si haber presenciado esa acción no los inspira a hacerlo ellos la próxima vez, entonces no lo harían ni aunque tú intentaras evangelizarlos y convertirlos a tu religión del recicle.

Siguiendo con el ejemplo de los aros de six-pack, eso de recogerlos yo lo hago como un hábito que no me hace sentir nada. O sea, no es algo que me haga sentir la superheroína a quien todos deberían admirar, pero tampoco siento que soy un pequeño polvo de arena en la inmensidad del desierto y que mi acción no contribuye en lo absoluto. Ni una cosa ni otra, simplemente no siento nada.

Tampoco me enfurezco ni maldigo a la aberrante abominación que tiró eso al piso. Y no porque no piense que es una aberrante abominación, sino porque si me enfureciera cada vez que recojo un aro de six-pack del piso, mi vida sería muy triste.

Creo que cuando uno adopta cualquier forma de vida que tenga relación con el cuidado del medio ambiente, debe aceptar que lo hace por un interés propio, por una satisfacción personal, y de esa manera debe seguir, sin involucrarse en lo que los demás hacen o dejan de hacer.

Está bien aconsejar a quien da muestras de interés, pero si vas más allá e intentas convencer a todos los desinteresados de que están mal, te vas a llenar de frustraciones y rencor.

Recuerda que a cada quién le llega su momento, en el instante justo, cuando le tiene que llegar. Normalmente nos llega porque alguien nos inspiró, no porque alguien nos obligó.

En mi opinión, la mejor forma de convencer a los demás es inspirándolos con nuestras acciones, sin decirles ni una sola palabra. Mostrarles lo que es mejor, sin decirles nada.

Es más productivo enfocarnos en nuestros propios objetivos y logros, y disfrutar cada uno de ellos, en vez de concentrarnos en lo que hacen o no hacen los demás.

Pero... esa es sólo mi opinión 😉. Como lo dije al principio, soy un ser individual que considera innecesaria la coacción para convencer a los demás e iniciarlos en la vida sustentable, pero si piensas de forma distinta, sé tú mismo.

Espero te haya gustado esta entrada en mi blog, y al final decidas lo que es correcto para ti. Y si deseas compartir tu punto de vista en los comentarios, me encantará leerte.



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